por Ernesto Samper, ex Presidente de Colombia
Tuve la oportunidad de asistir, en mi condición de presidente de Colombia, a la Cumbre de las Américas convocada por Bill Clinton en la ciudad de Miami en el año 1994. En el encuentro, el mandatario anfitrión convocó a todos los países a conformar el gran bloque americano, integrado por las tres Américas, que enfrentaría en el escenario global los bloques europeos y asiáticos que ya estaban conformados.
Todos los asistentes entonces pensamos que el ideal bolivariano del Congreso Anfictiónico de Panamá por fin se estaba concretando. Nos despedimos invocando los ángeles tutelares de nuestra independencia Lincoln, Martí, Bolívar, Zapata: para que nuestro compromiso se mantuviera en el tiempo y saliera adelante.
No duró mucho el entusiasmo: al poco tiempo del nacimiento del gran sueño americano, Clinton firmó con México el tratado de libre comercio que pocos meses después se extendería a Centroamérica, el Caribe y algunos países andinos, Colombia y Perú entre ellos. La letra de los tratados fue la partida de defunción de la integración recién acordada.
Se trataba de acuerdos bilaterales para rebajar aranceles, proteger inversiones norteamericanas, reconocer licencias y patentes, y aceptar la tutela de los organismos financieros internacionales. Varios años después, en la Cumbre celebrada en Panamá, la administración Obama aceptó que en la Agenda fueran considerados temas hasta entonces vedados como: la normalización de las relaciones con Cuba y un nuevo enfoque en la lucha contra las drogas.
La Cumbre de esta semana devuelve el reloj al pasado. La exclusión, por razones ideológicas, de Venezuela, Cuba y Nicaragua desconoce el derecho que tienen estos países, con independencia de sus sistemas políticos, a ser parte del colectivo latinoamericano que asiste a estos encuentros. La decisión de otros países, como México, Guatemala y Bolivia de no asistir por solidaridad con los países no invitados le quita aún más legitimidad al encuentro. También lo logra el hecho evidente del interés electoral que anima al gobierno Biden de no pagar ningún costo político interno dejando de invitar a mandatarios que producen urticaria a sectores manifiestamente conservadores y especialmente republicanos.
Hubiera sido mejor, a la luz de estas consideraciones, aplazar la Cumbre que convertirla en un escenario para confirmar la trágica realidad de una política norteamericana hacia América Latina, que redujo su agenda a temas de su interés como: la lucha contra el narcotráfico, la protección de sus inversiones, la ampliación del libre comercio y, como no, el problema, de contener el flujo de los migrantes que hoy marchan, masivamente, hacia Los Ángeles.
Sobre los otros temas de la agenda de la lánguida Cumbre de Los Ángeles, como la lucha contra la covid- 19, el cambio climático o la recuperación económica después de la pandemia, se entienden menos las razones para haber excluido países del evento, como si Venezuela no viviera la misma tragedia humanitaria de todos los países en pandemia, agravada por las sanciones económicas impuestas por los mismos EE UU o Cuba no pudiera hablar de la única vacuna producida en la región contra el mortífero virus, a pesar del bloqueo económico durante medio siglo o Nicaragua aportar sus experiencias sobre los orígenes de las migraciones centroamericanas.
En síntesis, por las razones que fueran, el presidente Biden desaprovechó una oportunidad de oro para haber renovado y diversificado su agenda con América Latina e inclusive, para haber buscado y encontrado comunes denominadores alrededor de una posición hemisférica respecto al avance del proceso de desglobalización como consecuencia de la nueva guerra fría entre Rusia y Ucrania que parece no tener fin.
Fuente: El País.