Columna | Error administrativo – por Marco Enríquez-Ominami y Daniel Flores

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El éxito cultural de la derecha derivada en fascismo tiene dos componentes clave. El primero es haber convertido el autoritarismo de los poderosos en osadía y desenfado; en dictaduras cool. El segundo, convencer a gran parte de la sociedad y del arco político, incluyendo sectores tradicionales de izquierda, de que es por culpa de los derechos humanos que hemos perdido un derecho anterior y fundamental: el derecho a vivir en paz.

¿Cuándo se jodieron nuestros países? Cuando se inventaron los derechos humanos. Porque es por culpa de ese entramado de falsa humanidad que se impide a los poderosos, mediante el Estado, que ejerzan lo que se espera de ellos: autoridad. Por eso funciona ahora El Salvador, porque ahí ese presidente y dictador cool, con gorra y sin corbata, puede hacer y deshacer para restaurar el orden y realizar el milagro de pasar de ser el país más inseguro de Latinoamérica a uno de los más seguros. Lo logró, y lo hizo, necesariamente, pasando por encima de los derechos humanos y construyendo cárceles como el CECOT, su cárcel modelo, donde encierra sin miramientos a los delincuentes. Porque si se quiere, se puede. Pagarán justos por pecadores, tal vez, pero para hacer tortillas hay que romper huevos y, en el fondo, los que están presos no eran blancas palomas; algo habrán hecho.

Esta explicación inexpugnable es, sin embargo, falsa. Como fue revelado en un juicio federal en Estados Unidos, la supuesta guerra frontal contra el narcotráfico del presidente Bukele no fue tal. Desde el inicio de su mandato, Bukele y varios funcionarios negociaron secretamente con la pandilla MS13. Las reuniones, realizadas en cárceles salvadoreñas, otorgaron a las pandillas beneficios financieros, control territorial, mejores condiciones carcelarias, cambios legislativos y judiciales y la negativa a extraditar líderes pandilleros. A cambio, la MS13 debía, indicó la fiscalía, reducir la cantidad visible de asesinatos para dar la percepción de control y apoyar electoralmente al partido Nuevas Ideas.

Entonces, ¿Qué es realmente esa cárcel modelo, de castigo y eficiencia que se promueve como ejemplo regional? Pues es un dispositivo de propaganda que crea una fachada de orden, seguridad y justicia, ocultando los verdaderos intereses y negocios del gobernante y, sobre todo, un mecanismo que legitima, por su eficiencia, al autoritarismo.

El fascismo no es nuevo, solo son nuevos los tiempos y su aplicación. En Alemania e Italia estos también llegaron democráticamente al poder, también fueron cool, y también sedujeron a las aristocracias, las realezas y a buena parte de las masas populares europeas. Estos, como ahora,también quisieron llegar a la luna y conquistar el mundo. También se construyeron un enemigo racial y se inventaron un pasado glorioso.

Pero los presidentes Trump y Bukele han ido un paso más allá este mes, con un mecanismo comunicacional de manual: Primer acto, el presidente Trump inicia una deportación masiva con la que expulsó, por “un error administrativo”, a un salvadoreño cuando estaba saliendo de su trabajo. Segundo acto, ese error administrativo se convirtió en El Salvador, en un terrorista y ahora está preso en el famoso CECOT. Tercer acto, en una reunión entre los presidentes Trump y Bukele, el primero dijo al segundo, entre risas: ahora te enviaremos “homegrowns”, o sea, nuestra producción local de presos ¿Cómo se llama la obra?

El nuevo negocio del fascismo: exportación de presidiarios. El fascismo, recalquemos, no es nuevo: El 25 % de los presos del mundo ya estaban en Estados Unidos, el único país donde la libertad es una Estatua, como dijera el antipoeta; y ellos, los estadounidenses, ya habían colocado una cárcel como la de Bukele, afuera de sus fronteras, en Cuba, en Guantánamo, donde tampoco, como en el CECOT, se garantizan los procesos ni los derechos humanos. En Estados Unidos las cárceles ya eran un negocio con un fuerte lobby, antes del presidente Trump. Lobby con el que los gerentes de las cárceles ya habían promovido y logrado leyes más estrictas y sentencias más largas, no para sacar a los criminales de la calle, sino que para garantizar una población carcelaria que, inocente o no, sostuviera sus ganancias. Pero esto de los presidentes Trump y Bukele es distinto porque, con esta propuesta y acuerdo, el gobierno Estadounidense pagará varios millones anuales a El Salvador para que reciba a sus ciudadanos en el CECOT.

Ya sabíamos que para los Estados Unidos el sur, nosotros, éramos un patio fértil desde donde obtener recursos. También un mercado dividido y subordinado para comprar sus productos. Lo nuevo es que también nos convirtamos, por una módica suma, en su outsourcing penitenciario.

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