Por Marco Enríquez-Ominami Gumucio
Como en la muerte y la brújula de Borges, donde la víctima termina siendo el detective y el victimario el asesino, Macri, que amenazaba a la izquierda de querer convertir a Argentina en Venezuela, terminó llevando a su país -de mano del neoliberalismo- a una crisis con índices sociales y económicos tales, que lo empataron con el país caribeño en guerra.
Hicieron toda una campaña política con esto, antes de ganar el 2015, y siguieron haciendo esa misma campaña durante los 4 años de su gobierno. Y es que se ha querido meter a la izquierda y al progresismo que Alberto Fernández y Cristina Kichrner representan en el saco del populismo, que es el saco donde los ideólogos del neoliberalismo meten las cosas que no entienden, o el mote con el que hacen caricatura de nuestra intolerancia frente a cosas que ellos promueven y que nosotros no compartimos.
Pero lo cierto es que Alberto Fernández representa una esperanza para Latinoamérica, precisamente porque vuelve, luego de transitar junto a la izquierda por el desierto de la derrota electoral, desde una nueva comprensión de lo político en su relación a lo económico y a lo social.
No es neoliberal, pero tampoco promueve el estatismo con olor a naftalina que quieren enchapar a todo progresismo y movimiento de izquierda. Fernández es práctico y se planta frente al país abierto a una estrecha relación con los mercados internacionales, y a la promoción de la empresa privada y a la inversión extranjera, pero sin desconocer la importancia del Estado en lo que es fundamental para el crecimiento: la redistribución.
Porque solo el aumento del consumo, que es también el aumento del bienestar, es el centro de la social prosperidad que promueve la nueva izquierda unida de argentina. Y solo a partir de ahí, postula Fernández, se puede salir, con justicia y democracia, de la crisis. Porque ese es el asunto en todo esto. La democracia hace aguas si se toman medidas en contra de los intereses de la gente. Ese es el eje del progresismo. El Capital debe estar al servicio de las personas y no al revés. Si se hace al revés es el pueblo el que se desangra antes que la economía. Porque toda economía es también política.
El progresismo, luego de sacar a 100millones de personas de la pobreza en una década, puede volver al poder en toda Latinoamérica y debe hacerlo no a partir de la revancha ni de la soberbia. Como Alberto, el progresismo debe volver desde la sabiduría que le entrego esa década de aciertos y errores. Y desde la humildad del político que entiende que el poder no le pertenece a él, sino que al pueblo.