Fuente: Baltasar Garzón
jurista y presidente de FIBGAR
“El amor se hace más grande y noble en la calamidad”, reza una de las más conocidas frases del Nobel de literatura, ya fallecido, Gabriel García Márquez. Es totalmente cierto, ya lo sabía y lo he vuelto a comprobar durante mi ingreso hospitalario por “neumonía bilateral por covid-19”. Virus cuyo impacto ha logrado casi detener el mundo y, probablemente, cambiarlo. Veremos. Pero a la par también hemos visto y seguiremos viendo cómo en estos momentos, que deberían ser de máxima solidaridad, y en gran medida lo son, al menos en gran parte de la humanidad, afloran también las peores miserias del ser humano. Miedo, egoísmo, mentira, odio, avaricia y la fiebre del poder.
Surge aquí y en otras latitudes, con la vergonzosa especulación, incautación y guerra de precios y recompra de material sanitario, una guerra que se libra desde el lugar mismo donde surgió la pandemia, que es, además, la factoría del mundo, donde todo se fabrica barato o muy barato, al punto que hemos tardado un tiempo preciado en darnos cuenta de que no podemos quedarnos de brazos cruzados y que nosotros mismos debíamos ponernos a fabricar mascarillas, respiradores y equipos de protección individual (EPI). Como dije en el último artículo que alcancé a escribir antes de caer enfermo, en estos tiempos emerge lo peor y lo mejor de nosotros mismos.
Denunciaba entonces y me temo que debo seguir haciéndolo cómo hay ciertos personajes que no saben estar a la altura de las circunstancias, que no han sabido responder con responsabilidad frente a la gravedad de estos hechos. Cegados por la ambición de poder, son capaces de todo con tal de conseguir sus objetivos, con un desprecio al dolor ajeno que no tiene comparación sino en una auténtica guerra donde todo el que no piense como ellos es su enemigo. A base de mentiras, bulos, fake news y desinformación intentan manipular el dolor ajeno para convertirlo en odio hacia el gobierno progresista, sobre todo al sector más progresista. El montaje fotográfico de la Gran Vía plagada de ataúdes es sólo otro escabroso ejemplo más de este comportamiento que sigue un patrón bien definido.
Es verdad que el Gobierno puede haber cometido errores. Yo mismo tengo varios reparos, críticas, dudas y preocupaciones. Por supuesto que sí. En particular me preocupa, y mucho, la Orden SND/297/2020, de 27 de marzo, sobre geolocalización utilizando para ello los datos de nuestros teléfonos móviles, lo que constituye una vigilancia tecnológica en toda regla, que nos acerca peligrosamente a 1984 de Orwell. ¿Se justifica realmente tamaño atentado a nuestra privacidad? ¿Resistirán la tentación de husmear un poco más allá y acceder a información sensible? Dicen que la información es poder y me preocupa mucho que en este país haya tanta hambre y sed de poder.
El control y la necesidad
Dice Yuval Noah Harari que las emergencias aceleran los procesos históricos. Decisiones que normalmente llevarían años se adoptan en sólo unas horas. Se prueban nuevas tecnologías incluso en fase de desarrollo mientras el peligro no sea mayor del que se trata de evitar. La tecnología de vigilancia se está desarrollando a una velocidad vertiginosa. Nos sorprenderíamos si conociéramos todos los datos, esos que pretenden algunos averiguar de todos nosotros y que en gran medida ya tienen, de las empresas multinacionales o no, de los sistemas de vigilancia, seguridad y penetración en nuestras vidas. Es una realidad que circunstancias más o menos propicias nos obligan a asumir, casi sin protestar ante la futilidad del intento. Lo que parecía ciencia ficción hace 10 años son hoy viejas noticias.
Una forma de controlar la pandemia es la vigilancia biométrica, que permite monitorizar a la gente y sancionar a los que incumplen las normas. China es el principal exponente de esta vía, pero no el único. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, recientemente autorizó a la Agencia de Seguridad de Israel a desplegar tecnología de vigilancia, normalmente reservada a combatir a terroristas, para rastrear a pacientes con coronavirus. Cuando el subcomité parlamentario pertinente se negó a autorizar la medida, Netanyahu la ha aplicado con un “decreto de emergencia”. La otra alternativa es seguir el camino de Singapur, Corea del Sur y Taiwán, que usan aplicaciones de rastreo, pero sin invadir la privacidad y registrando en secreto los datos, sino informando a la población.
También tengo serias dudas, pero asumo el cumplimiento de las medidas, sobre la necesidad de un confinamiento forzado y reforzado tan prolongado, en el que no puedes más que ir a comprar al supermercado y pasear al perro, pero está prohibido bajar un momento con tu hija o tu hijo, adoptando las debidas medidas de distanciamiento social y protección.
Es verdad que un problema excepcional requiere de medidas excepcionales. El punto es que no nos habituemos a lo excepcional ni se saque ventaja de ello. El poder se desliza siempre, a veces de forma imperceptible, aprovechando cualquier meandro, por sus propios cauces o fagocitando otros, para consolidar espacios opacos que después no pretende abandonar, ante la comodidad del espacio usurpado que para la sociedad será muy difícil reconquistar.
La crisis según qué gobierno
Estos reparos, críticas, dudas y preocupaciones no nos pueden hacer perder el norte. No da lo mismo pasar esta crisis bajo un gobierno progresista que, te guste más o te guste menos, mejor o peor, está adoptando medidas para que nadie se quede atrás, para mitigar los nocivos efectos económicos que aquélla tendrá en miles y miles de familias. Habrá un subsidio de desempleo universal o cuasi universal, se ha garantizado que no se producirá corte de suministros básicos a los hogares y se arbitran ayudas para pagarlos, como a la hipoteca, el alquiler y también avales del Estado para los tan maltratados autónomos, que son el verdadero sostén del empleo y la economía de nuestro país. Además de eurobonos u otras medidas, en las que no se podrá perder el punto de vista de la humanidad. Estamos en una nueva fase del mundo globalizado: o conseguimos humanizarlo o nos vamos a pique.
No fue así en la crisis económica anterior, que rescató a los bancos y dejó abandonadas a su suerte a decenas de miles de familias, muchas de las cuales siguen peleando y litigando contra los bancos que no quieren asumir ninguna corresponsabilidad con lo que acontece. Ahora es muy diferente. Se intenta rescatar también a las empresas, pero a través de las personas, para no interrumpir o al menos no en demasía la cadena de pagos. Hemos detenido la actividad, pero el dinero debe seguir circulando.
Ciudadanas y ciudadanos de a pie no tenemos la culpa de la crisis del covid-19, pero es que tampoco la tuvimos de la crisis anterior, aunque muchos intentaron culparnos a posteriori de haber vivido por encima de nuestras posibilidades. ¿Seriamente? ¿Y si fue así, dónde anida la responsabilidad? Desde luego no en los más vulnerables que, entonces como ahora, sufrieron las consecuencias más crueles. Esa es la diferencia actual, las personas y sus necesidades, ya sean personales o empresariales, han pasado a primer término. Ese es el sentido del verdadero progresismo frente a las recetas neoconservadoras o extremas de que nada debe tocarse, por ejemplo, en la Unión Europea, en la que ya han aflorado ejemplos de exclusión y discriminación.
La Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó en 1948 el 7 de abril como Día Internacional del Derecho a la Salud. Este día señalado nos encontró en medio de una pandemia, un problema global que para enfrentarlo exigiría una respuesta global. Sin embargo, lo que estamos viendo es precisamente lo contrario: respuestas estatales alentadas por los más rancios nacionalismos que han vuelto a despertar. El virus no tiene patria ni conoce de fronteras, a pesar de que Ortega Smith, líder de Vox, se empeñe en poner banderas y otorgar carta de nacionalidad a los organismos microscópicos.
Preocupa el mundo
Y como se trata de una crisis sanitaria y económica global, que ha costado y seguirá costando miles de vidas humanas, me preocupa no solamente España, sino también el resto de Europa y los millones de personas sin seguro médico en Estados Unidos, y los inmigrantes, y los pueblos de América Latina. ¿Qué será ahora de la cuarta transformación de México? ¿En qué quedarán las demandas del pueblo chileno, el plebiscito para la nueva constitución y el tan anhelado pacto social? Me preocupa tanta gente confinada sin poder trabajar y sin medidas sociales de mitigación. Y me inquieta la irresponsabilidad de Bolsonaro en Brasil y la consolidación del golpe de Estado en Bolivia, sin que prácticamente nadie se ocupe de ello. O el cerco marítimo que Estados Unidos ha desplegado contra Venezuela pretextando fantasmagóricos delitos de narcotráfico al más alto nivel, en un nuevo ejemplo de acoso a la soberanía de un estado y la incapacidad de hallar fórmulas de encuentro. O seguir ahogando a Cuba, ¿hasta cuándo? Me preocupa Ecuador ante la debilidad de las instituciones que no son capaces de gestionar ni siquiera los cuerpos sin vida que abandonan en la calle. Me preocupan los pueblos originarios de Colombia, sus líderes indígenas y sociales que siguen siendo amenazados y asesinados, incluso en medio de la pandemia.
Dicen que en toda crisis siempre hay una oportunidad esperando. Desconozco si ello es cierto, pero sí sé que ahora mismo tenemos la oportunidad de reorientar el mundo. Hemos conseguido aquello que el planeta demandaba a gritos tras los incendios de la Amazonia y de Australia, es decir, la reducción drástica de las emisiones de CO2. Y lo hemos hecho no sólo por el miedo a contagiarnos, sino también por solidaridad con nuestros mayores, con nuestras madres y abuelas, nuestros padres y abuelos, y por todos aquellos que son de riesgo. Me pregunto, ¿y qué hay de las hijas y nietas, de los hijos y nietos? Cuando echemos a andar el mundo nuevamente, ¿acaso no podemos dejar de quemar combustible fósil y ponernos a fabricar más y más paneles solares para mantener este bajo nivel de CO2 y dar una oportunidad a las nuevas generaciones de tener un futuro?
Me encuentro todavía convaleciente, aislado en una habitación, ya en casa, afortunadamente. He sentido, como tantos otros, no solo los síntomas, que poco a poco van remitiendo, sino también la soledad, sin poder ver los rostros pero sí la mirada de quienes se ocuparon de mi salud. Estos días de enfermedad he recordado una vez más el grito que mis hermanos mapuches de Chile, que me dejaron grabado en un vídeo, y la invocación a los ancestros y a la Madre Tierra, de mis hermanos quechuas, aimaras, nasa, coconucos, arhuacos y todos aquellos que están en los lugares más recónditos de los Andes. Me han dado nueva vida y, una vez más, soy consciente de su maravillosa cosmovisión, de la cual el mundo occidental debe aprender si quiere de verdad enmendar el rumbo.
Para ellos este es el momento de “volver a lo esencial, a mirarnos con honestidad y volver a rearmar nuestra vida sobre un suelo sano”. La escritora yagán Cristina Zárraga añade: “para lograr sanar la tierra, el medioambiente, jamás se han tomado medidas tan drásticas y conscientes para enfrentar este cambio climático que a todos nos está afectando, pues si enferma la tierra, los animales, enfermamos nosotros”.
Debemos cultivar este amor por la vida, por la naturaleza que nos acoge y alimenta, protegernos y proteger a nuestros mayores y a las nuevas generaciones. Ahora es el momento, ahora que el amor se hace más grande y noble en la calamidad.
Fuente: Info Libre