Por Carol Proner*, especial para NODAL
El coronavirus ya inspira la liturgia de guerra en varios países. El presidente de Francia Emmanuel Macron ha sido enfático respecto al enemigo invisible. Donald Trump invocó la ley de producción de defensa civil para garantizar alcohol gel y máscaras en escala militar. Angela Merkel desde Alemania llama al virus el mayor desafío desde la Segunda Guerra Mundial. Pero por aquí, en la tierra de los gobernantes de mente plana, la guerra es contra la ciencia. Los profesionales de la salud advierten que los datos de muertos y contaminados están siendo falsificados o encubiertos y que es inminente una catástrofe que devastará la vida de miles de personas, especialmente los más frágiles y socialmente más vulnerables.
El virus que llegó en avión y participó de fiestas y bodas de celebridades y políticos ya se ha extendido a las comunidades pobres. Y no fue casualidad que una de las primeras muertes fue la de la empleada de 63 años que se hizo cargo de los jefes en cuarentena en la zona sur de Río de Janeiro, una pareja que acaba de llegar de Italia.
Slavoj Zizek, uno de los primeros intelectuales en dar su opinión en medio de la crisis, ha insistido con el argumento de que “todos estamos en el mismo barco”, que las soluciones individuales no se resolverán y que vivimos la oportunidad de un “nuevo común”, un cambio ético que puede rescatar la racionalidad humana para salvar vidas. Pero quizás el filósofo esloveno, sensibilizado por la solidaridad hacia los italianos, cambie de opinión cuando se entere de la evolución del coronavirus en Brasil, donde la concentración de ingresos y privilegios es extrema y donde, debido a los recientes golpes de Estado y la guerra híbrida, es actualmente gobernado por una banda de locos violentos.
En Brasil de las mentes planas, el gobierno y también los medios de comunicación clasistas, higienizados con alcohol en gel, ignoran la escala discriminatoria de los efectos de esta guerra. Quizás piensan que la circulación en el barco del que habla Zizek se puede hacer con brazaletes fosforescentes de acceso privilegiado, como los utilizados en cruceros de lujo, evitando que el virus ingrese a los pisos superiores. En los sótanos de Brasil estarán las víctimas más numerosas, como ya lo han advertido los expertos, pero la segregación también es parte de la guerra.
Si es guerra, identifiquemos al enemigo y sus armas. Y evoquemos una legislación con la misma licencia analógica de los líderes europeos, adaptando los tipos de delitos a conductas basados en efectos mórbidos. Si el alcohol-gel es un arma contra el virus de las multitudes, ¿cuál será el arma contra un gobierno de terraplanistas que niega la gravedad de la enfermedad? Negar, evadir, no proporcionar recursos para la salud, no informar, desinformar, mentir y aplicar la perversidad de las fake news contra las vidas humanas. ¿Qué tipo de crímenes nuevos son estos? ¿Cómo calificar los factores agravantes místicos de las teorías de la conspiración y la responsabilidad de los oportunistas religiosos para descarrilar la pandemia en Brasil?
¿Lo que hace Bolsonaro es crimen de lesa humanidad o directamente genocidio? Sí, porque la única duda sería cómo adaptar “técnicamente” la actitud del “capitán” a los marcos del derecho internacional, un ejercicio teórico relativamente inútil, ya que los muertos, en proporción bélica, pronto estarán en la superficie y no más en los sótanos.
Quizás el ideólogo preferido de Bolsonaro, Olavo de Carvalho, después de alentar a las multitudes a salir a las calles el 15 de marzo, piensa, sugiriendo que fue idea de Bill Gates, que el coronavirus fue creado para reducir la población. Aquí hay algo que puede inspirar los sueños distópicos de estas personas: inocular en el coronavirus la aporofobia que contamina las relaciones sociales en Brasil y el mundo, introducír en el virus el odio a los desposeídos y restringirlo a los sótanos de los “parasitos”, en una versión brasileña de la película de Bong Joon Ho.
El pasado miércoles 18M las ollas de protesta contra Bolsonaro sonaron con fuerza, acompañadas de gritos de “loco”, “miliciano” y “asesino”. Ya es un comienzo, pero el tono deberá subir aún más cuando se haga evidente que el Presidente de la República es un aliado del coronavirus y que el comportamiento del gobierno es criminal frente a un nuevo tipo de guerra internacionalmente considerada.
* Doctora en derecho internacional, miembro fundadors de la Asociación Brasileña de Abogados para la Democracia.
Fuente: Nodal