El expresidente de Uruguay, Pepe Mujica, visitó hace poco al papa Francisco. Estaba previsto que la visita fuera de unos minutos. Cuando había transcurrido un tiempo demasiado largo, más de una hora, los asistentes pontificios se atrevieron a abrir la puerta del salón y sorprendieron a los dos personajes compartiendo como alegres compadres una conversación maravillosa y un delicioso mate. Episodio que reafirma mi tesis de que América Latina tiene dos papas progresistas: Francisco en Argentina y Pepe en Uruguay.
A Pepe lo conoce el mundo desde un célebre discurso que pronunció ante la Asamblea de Naciones Unidas (24 de septiembre de 2013) como presidente de Uruguay, denunciando la compraventa de armas en medio de la falta de inversión en investigación médica: “Oigan bien, queridos amigos: en cada minuto del mundo se gastan dos millones de dólares en presupuestos militares en esta tierra. Dos millones de dólares por minuto en presupuesto militar. En investigación médica, de todas las enfermedades que ha avanzado enormemente y es una bendición para la promesa de vivir unos años más, esa investigación apenas cubre la quinta parte de la investigación militar”.
No en vano, en 1985, con el retorno a la democracia de su país, fue el encargado de anunciarle a los uruguayos que el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN) dejaba las armas. Desde entonces la gente lo sigue. No solamente por lo que dice, sino desde dónde lo dice: desde su condición humilde y su forma ejemplar de vida, acorde siempre con lo que piensa, dice y ejecuta.
Al presidente Mujica –me tomó tiempo decirle Pepe- lo conocí cuando yo estaba escribiendo un libro sobre políticas alternativas en la lucha contra las drogas. En 2013, Uruguay acababa de legalizar la producción y distribución de la marihuana. La justificación que entonces me dio me pareció alucinante:
-Mire, Samper -me dijo en tono cariñoso. -Uruguay es uno de los pocos países que podía legalizar la marihuana porque es lo suficientemente pequeño para que la propuesta no produzca preocupación en el mundo y lo necesariamente organizado para que lo respeten. Aquí tenemos un Congreso multipartidista independiente del Ejecutivo y una rama judicial autónoma con órganos de control que funcionan.
– ¿Y no le preocupa que lo estigmaticen? – pregunté de manera imprudente.
– En absoluto -me contestó sonriente -míreme bien, si apenas me puedo mover de la oficina a la casa, ¿qué voy a ser capaz de traficar un cargamento de droga? Además, yo no fumo desde hace varios años…
Gracias a Mujica, Uruguay es reconocido hoy como pionero en la regulación del consumo de cannabis y sus tesis sobre una política alternativa de lucha contra las drogas que castiga sus actores duros y trata con benevolencia los eslabones débiles, como los campesinos productores y los consumidores, sirvieron de insumo para construir la posición que llevó UNASUR a la Asamblea de Naciones Unidas de Lucha contra las Drogas (2016) para contestar la posición tan dominante como fallida de la represión y la fiscalización.
Nos volvimos a reunir en un encuentro de más de cinco mil jóvenes en Guayaquil organizado por Unasur para celebrar uno de sus aniversarios. Desde entonces quedé impactado por la emoción que despierta este abuelo gruñón en la gente joven. Mujica les habla con frases sencillas pero impactantes desde su propia verdad y de manera coherente:
“Jóvenes, les dice, no vayan a los supermercados a comprar felicidad. Búsquenla en sus corazones. La felicidad está en sus casas”.
Pepe, repito, no solo piensa lo que dice y dice lo que piensa, sino que hace lo que dice y piensa. Su gobierno es considerado y estudiado como modelo de un verdadero mandato progresista en la región: la pobreza cayó al 10%, la educación superior llegó a todas las provincias uruguayas a través de la Universidad Tecnológica conocida como la “Universidad de Pepe”, se legalizó el aborto y se aprobó el matrimonio igualitario. Así explicó este último cambio:
“Parece que estamos descubriendo – dijo – un fenómeno moderno, pero la realidad es que esto es más viejo que el agujero del mate. Hemos decidido aceptar la existencia de otra realidad”.
Lo visité en su casa como secretario general de Unasur. Vive en una casita pequeña con una única habitación en una área semirrural de Montevideo, su chacra. Me recibió con su esposa Lucía, quien ha sido su fiel compañera de luchas de muchos años, incluidos los trece que estuvieron separados por la dictadura, cada uno en una cárcel. Nos recibió también Manuela, una perrita coja que rascaba con frecuencia la puerta para entrar y salir porque, según él, era la verdadera dueña de su casa.
Desde el pequeño zaguán donde nos sentamos a conversar se podían ver su alcoba y un baño en cuya ducha colgaban el champú, los jabones y un par de estropajos. Emocionado por la visita, me ofreció un whisky que sacó personalmente de una caleta que tenía debajo de su cama. Hablamos varias horas sobre la integración a la cual, según él, había que “meterle pueblo” para que fuera permanente. Quitársela a los diplomáticos “emplumados” y entregarla a los trabajadores, los campesinos, los jóvenes, las mujeres, las poblaciones originarias. Hablaba sin rencores, sin furia, con tono quedo y pausado.
Me ha conmovido siempre su compleja sencillez. A la par que pedía más pueblo para el proceso integrador de la región, también abogaba por incluir en las agendas sectoriales el tema de la transición energética que había propuesto en la Cumbre de Desarrollo Sostenible de Río. Le preocupaba que el hombre estuviera acabando con el planeta y creando las condiciones para su propia destrucción. Mujica es un gigante planetario que sufre y se comunica como un simple ser humano.
A la salida, como estaba oscuro, se volvió a agachar para guardar el cuncho de whisky que le quedaba y sacar de la caja de sorpresas que tenía bajo su cama una linterna grande de cuatro pilas, que yo no había visto desde la época en que pasábamos vacaciones con mi abuelo y mis hermanos en una pequeña finca cerca a Bogotá..
Pasamos cerca de su viejo Volkswagen azul, tipo escarabajo, que él mismo conducía hasta Palacio cuando, siendo ya presidente, renunció a las escoltas oficiales y a su propio sueldo. Me despidió afectuosamente mientras criticaba al gobierno que él había ayudado a elegir por la deficiente calidad del servicio eléctrico en su chacra. Descubrí entonces que a Pepe Mujica no le costó salir de la presidencia para regresar a su casa porque nunca salió de su casa para ir a la presidencia.
Luego volví a verlo el día que acudí a su despedida como presidente de Uruguay. Tenía una pequeña herida en la frente. Me contó que en los últimos días había tenido la intención de darle a Lucía la sorpresa de un nuevo rosedal que quedaba detrás de su casita; que todas las mañanas, al amanecer, se había levantado sigilosamente para arar el terreno con un pequeño tractor que deberían tener, según él, todos los campesinos latinoamericanos. En una de esas madrugadas se bajó a destrabar la máquina después de colocar un alambre para mantenerla frenada. Arreglado el problema, quitó el cable bloqueador, con tan mala suerte, que este saltó ocasionándole la herida en la frente que él se cuidó muy bien de ocultar a la futura dueña del rosedal para no dañar la sorpresa. Entonces pensé: Qué maravilla que haya todavía personas en el mundo como Pepe, que saca tiempo de sus responsabilidades como gobernante para hacerle un cultivo de rosas a la mujer de su vida.
Posdata: Hace poco Pepe habló de su precario estado de salud. Nos dijo que su vida se está apagando. Algunos pensaron que era el comienzo de su fin. Se equivocaron. Al día siguiente sorprendió a sus médicos pidiéndoles que le hagan el tratamiento, pero que no lo alejen de la gente ni de sus compromisos con los jóvenes latinoamericanos porque quería aprovechar el tiempo hablándoles, y visitar a los amigos y recordar e insistir en sus propuestas:
-Espero -dijo con ironía- que ahora que saben que me voy, sí me hagan caso.
Cartagena, mayo de 2024
Fuente: Cambio