Por Mauricio Jaramillo Jassir, Centro de Estudios Sociales y Políticos (CESP)
Es el momento del Sur Global. No hay ninguna duda, apenas basta echar un vistazo al genocidio en Gaza, la confrontación fratricida en Sudán alimentada por algunos poderes exteriores, la crisis depredadora en la Republica Democrática del Congo, o la guerra en Ucrania para constatar que no son hechos aislados del todo, sino que reflejan como pocas veces en la historia reciente una agresiva ofensiva del Norte contra el Sur global. Lo que ocurre en Medio Oriente ante la mirada impasible de las potencias “civilizadoras”, da cuenta de una violencia no sólo directa sino estructural contra la autodeterminación de estos pueblos.
Los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) son hoy tal vez la plataforma del Sur Global más incidente en la historia contemporánea. Aprendieron la lección de antiguos experimentos por llevar la voz del tercer mundo a las grandes ligas de una política mundial excluyente y aferrada a la estructura neocolonizadora. La Cumbre de Kazan confirma que a diferencia del G77 o del Movimiento de Países No Alineados que basaron su fuerza en la representatividad, pues se trataba de una mayoría de naciones desplegada en la enorme periferia, pero rezagada a la subalternidad se han consolidado en estos años como un bloque consistente y coherente. Dicho de otro modo, es mucho más fácil contrapesar a Occidente con cinco voces representativas que hacerlo con 77 o más de un centenar de naciones con intereses diversos. Las grandes potencias siempre debilitaron ese entonces tercer mundo a punta de divisiones que fueron cultivadas estratégicamente desde las esferas más poderosas.
Los BRICS no son un bloque antioccidental, no nos llamemos a engaños, son una propuesta alternativa que cada vez logra mayores niveles de concreción. Dejaron de ser una promesa utópica para ser un referente de multipolaridad. La hegemonía cultural de los Estados Unidos se encuentra en crisis desde hace varias décadas. Los desastres en Afganistán, Irak y Libia (aunque en este último haya intervenido no de manera directa, pero a través de sus aliados, Reino Unido y Francia bajo la OTAN) pusieron en evidencia la ausencia de capacidad para imponer ordenes regionales a la fuerza- así fuera en el corto plazo-. La injerencia en Medio Oriente terminó por alterar equilibrios geopolíticos y ha retrasado indefinidamente la posibilidad de que esas naciones alcancen una autodeterminación a cabalidad. Palestina pasó de luchar por tener un Estado, a la mera batalla por la supervivencia física. A esto se agrega que el principal instrumento de dominación, el dólar, que le permite control de sistema financiero, está empezando a erosionarse por los mecanismos alternativos comerciales y financieros de los BRICS (sobre todo los segundos). En eso consiste la novedad del bloque: no sólo insistir en el desmonte de la guerra como instrumento de influencia de Occidente (vieja reivindicación del G77 y del MNOAL), sino en contemplar un sistema económico que no esté inflado por la hiperfinanciarización.
América Latina y el Caribe deben apoyar estas plataformas que incentivan la multipolaridad y el abandono de un sistema neocolonial que sigue preservando poderes en detrimento del Sur Global. No parece haber mejor momento para transitar de manera irreversible hacia un mundo donde quepan todas las voces.