“Esa ausencia, ese dolor que siento todos los días, es el motor de mi compromiso. Por eso estoy en cualquier lado acompañando las luchas contra todas las opresiones; porque, sencillamente, quiero cambiar este mundo injusto”. Así hablaba Nora Cortiñas, madre de Plaza de Mayo, que se nos acaba de ir. Era una luchadora incansable en busca de su hijos, de otros hijos y nietos de los demás, de causas que precisaban apoyo, en favor de los derechos de todos e implacable contra la impunidad y el negacionismo.
El 15 de abril de 1977, el mundo dio un vuelco para Norita. Su hijo Gustavo había desaparecido y ella cuenta que empezó a correr de acá para allá; habeas corpus, la comisaría, el Obispado, el Ministerio del Interior. Y siguió de recorrida por los organismos que existían en ese momento, que eran la Liga Argentina por los Derechos del Hombre y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH).
De un lado para otro, hasta que se unió a las mujeres que cada jueves se reunían en la Plaza de Mayo y pasó a ser una más de “esas locas” que tanto han molestado y molestan al poder, especialmente al poder autoritario que reniega de los principios democráticos y de la dignidad humana, simplemente porque preguntaban por sus hijos desaparecidos.
Hallar a los hijos secuestrados, torturados, desaparecidos era la prioridad. “Con vida se los llevaron, con vida los queremos”, es el lema que les ha dado fuerza a ellas y a quienes creemos que la represión, persecución y eliminación de los derechos no puede ser regla en ninguna sociedad, y que el silencio es siempre cómplice de los represores y su impunidad. A Nora, como a las demás luchadoras las pintaban como “madres terroristas” con su nombre completo por las paredes de las ciudades. En aquel tiempo de canallas, solo en la Plaza con las demás mujeres encontraba salida al dolor que se había implantado en su interior para no dejarla ya nunca.
En un momento determinado, tomó conciencia. Decía en una entrevista con Graciela di Marco que primero fue saber el por qué se los llevaron “porque eran militantes” y luego el para qué: “Lo fuimos sabiendo a medida que estuvimos en la calle caminando con los sindicalistas, con los docentes, con los médicos, con la gente que estaba siguiendo la lucha que habían tenido nuestros hijos, nuestras hijas. Y era implementar esta política económica de opresión neoliberal, de hambre, de falta de trabajo, de achicamiento de un país rico, transformarlo en un país empobrecido. Y lo fuimos aprendiendo, pero en la calle, porque nosotros también al principio, hablar de política, tampoco nos animábamos”.
Pienso en ella como una mujer pequeñita que se crecía ante la dificultad y el abuso. Nora decía que le gustaría ser recordada “como mujer que quiere exaltar el género, en el sentido de que valoro y aprendí la lucha de las mujeres en el mundo, en cualquier rincón y así sea la más humilde…”. Y también con una sonrisa y con el grito que para ella y para todas las personas de bien, significa todo y nos da una fuerza tremenda, y una inusitada valentía para seguir lanzándolo a los cuatro vientos: “30.000 desaparecidos presentes. ¡Ahora y siempre!”
Descansa en paz, querida Nora.