Por: Hernán Gómez Bruera
Llama la atención que México —y no algún otro país sudamericano como Brasil o Chile— será el primer destino que visite el recién electo presidente de Argentina, Alberto Fernández (acompañado por Cristina Fernández de Kirchner en la fórmula a la vicepresidencia).
Con esto ya son cinco países de América Latina donde sus presidentes (electos o constitucionales) eligen a México como primer destino. En los otros casos, sin embargo, se trató de países que tienen un evidente interés en el nuestro (como son El Salvador, Guatemala, Cuba y Panamá), dado el tamaño de nuestra economía y la proximidad regional.
¿Por qué el nuevo presidente de Argentina, que se reunirá el lunes con López Obrador, manifiesta ese interés?
En primer lugar porque el contexto de la región no da para otra cosa. Mientras unos países están políticamente convulsionados por manifestaciones, como Chile o Ecuador, otros están atravesando procesos electorales, como Uruguay y Bolivia, y otros más se encuentran bajo el signo ideológico de la extrema derecha, como Brasil y Colombia.
Entre López Obrador y Alberto Fernández, en cambio, existe una afinidad ideológica y política, en la medida en que los dos llegaron al poder a través de alianzas amplias e incluyentes; se ubican en el centro-izquierda, tienen un perfil pragmático y representan —al menos en lo discursivo— el agotamiento del modelo neoliberal en sus naciones.
Es de celebrarse que después de las primarias en Argentina, el gobierno mexicano le haya extendido una invitación a Fernández para visitar México. En ese gesto se comienza a ver un mayor interés por América Latina, el cual ha estado poco presente en nuestra política exterior en las últimas décadas; la 4T aún no logra revertir ese desinterés.
En el caso de Argentina, el interés concreto por acercarse a México quizás es más evidente que el nuestro. Argentina podría estar calculando que México puede ayudarle a tener una relación más fluida con Estados Unidos, lo cual es relevante para las negociaciones que tiene pendientes con el FMI.
Acercarse a México quizás también es una manera de hacerse respetar por Bolsonaro, quien saludó mal la elección de Fernández y comparó a la hoy vicepresidenta electa con la misma “pandilla” de Dilma Rousseff, Maduro, Chávez y Fidel Castro.
A México, sin embargo, también puede servirle la relación con Argentina. De entrada, ambos países pueden ser un factor estabilizador en una región en la que nuestro país es un importante inversionista. Si se logra ir más allá de una simple fotografía, el encuentro puede ser una oportunidad para impulsar algo nuevo en nuestra diplomacia, hoy centrada fundamentalmente en una estrategia defensiva y sin muchas escapatorias frente a EU.
Hoy solamente Argentina y México —con cierto peso económico y político e integrantes del G-20— pueden crear un frente capaz de contrarrestar la nefasta influencia de Bolsonaro, quien con el apoyo de Trump representa una amenaza fascista para la región (además de ser un posible promotor de acciones injerencistas a partir de su alianza con EU).
Juntos, México y Argentina pueden impulsar una salida a la situación por la que atraviesa Venezuela y alejar la amenaza de una intervención extranjera, como promueve el Grupo de Lima. Y es que tanto Alberto Fernández como López Obrador están conscientes de los problemas que enfrenta ese país y de la deriva autoritaria del madurismo. De la mano de Uruguay, la postura de ambos es que la salida a esta situación debe ser decidida por los propios venezolanos y a partir del diálogo.
Más allá de todo esto, México y Argentina podrían sentar las bases para crear un nuevo polo progresista en la región, capaz de erigirse como un referente de la izquierda democrática en América Latina. Un instrumento útil para lograr esto es el recientemente conformado Grupo Puebla, que aglutina a los más prominentes líderes de izquierda y centro-izquierda en la región, entre ellos Alberto Fernández. El obradorismo haría bien en ponerle mayor atención.